lunes, 26 de junio de 2017

De la globalización a la desglobalización



La globalización ejerce en nuestras vidas una influencia multifacética, alimentada por la circulación de personas, bienes, capital y de ideas, y facilitada por la tecnología de la información, significa para algunos la posibilidad de una vida mejor, y para otros, rupturas y penurias.

Después de la Guerra Fría 


Fueron celebradas y deploradas como la era de la globalización. Hoy el panorama es más complejo. La rápida globalización de fines del siglo XIX dio paso a la desglobalización de principios del siglo XX. Sin embargo, no habiendo un shock comparable a la Primera Guerra Mundial o a la Gran Depresión de la década de 1930, es improbable que la historia se repita. Más allá de lo que se lee en los titulares, la globalización estaría cambiando, no estancándose ni revirtiéndose (S. Mallaby, dic.2016). Al tiempo que la economía mundial lidia con el lento crecimiento, el respaldo político a la liberalización del comercio se ha debilitado, especialmente en las economías avanzadas y en particular en Estados Unidos

El comercio y política 


El comercio permite a un pa- ís utilizar sus recursos con más eficiencia, pero los beneficios resultantes pueden distribuirse en forma desigual entre sus ciudadanos, de modo que algunos salen perjudicados. Esto puede generar mayor desigualdad de ingresos y perturbar la vida de las personas. A escala mundial hay muchos progresos que celebrar, pero la mayoría de los gobiernos no han logrado que los beneficios del crecimiento económico, incluidos los generados por el comercio, se distribuyan de manera equitativa. La razón principal por la que el comercio aumenta la productividad es la ventaja comparativa, como lo explicó David Ricardo hace dos siglos. Por ejemplo, si Inglaterra y Portugal pueden producir tela y vino, la producción de ambos bienes se maximiza cuando cada país se especializa en el bien con el menor costo de oportunidad interno, y esta especialización beneficia a ambas partes. Además, sigue siendo eficiente aun cuando uno de los países puede producir ambos bienes con mayor eficiencia que el otro, es decir, si tiene una ventaja de productividad absoluta. El comercio siempre aumenta la productividad de cada país, pero en el discurso público actual suele omitirse esta realidad (M. Obstfeld, dic.2016) Los estudios empíricos sustentan este aporte esencial de Ricardo, pero los beneficios para el crecimiento y la productividad van mucho más allá. La competencia externa obliga a los productores nacionales a optimizar sus procesos. El comercio también ofrece insumos intermedios que las empresas pueden utilizar para producir a menor costo. Como el comercio es análogo a un adelanto tecnoló- gico, no sorprende que las innovaciones puedan redistribuir el ingreso igual que el comercio. Pero mientras que una minoría considerable critica el comercio, casi nadie se opone a que aumente la productividad.

El avance 


Depende de dos fuerzas: la tecnología, que facilita los viajes y la comunicación, y las políticas que respaldan un mundo abierto. Lo destacable acerca de la década de 1990 fue que ambas fuerzas operaron juntas: la telefonía y los viajes más baratos se vieron reforzados por la apertura de China y por una serie de avances en la liberalización del comercio: el TLC de Amé- rica del Norte, el mercado único europeo y la Ronda Uruguay. Es innegable que el mundo se encuentra en una nueva era. La tecnología aún impulsa la integración, pero la resistencia política crece. Sin embargo, por el momento, el lastre de la política parece ser más débil que el empuje de la tecnología. Como decíamos, no habiendo ningún shock verdaderamente catastrófico, lo más probable es que la globalización siga adelante.

Declararse a favor o en contra


Declarase a favor o en contra de la globalización es como defender o condenar la salida del sol. Es algo que escapa a nuestro control. La única alternativa es, o bien disfrutar del calor y del verde de los árboles, o bien quejarse de la insolación y la hiedra venenosa. O crear una fantasía propia, encerrarse con las persianas bajas y fingir que el sol no salió (A. Blinder, dic. 2016).

El mundo parece estar más dividido en dos


Los que tienen el talento, la disposición o sencillamente la suerte de cosechar los frutos de la globalización y los que quedan rezagados. Acotar —por no decir mitigar— esa brecha quizá sea el problema económico de nuestros tiempos. Los economistas recalcamos que el comercio internacional es un juego de suma positiva: las ganancias de los ganadores superan las pérdidas de los perdedores. Básicamente, es por eso que todos estamos a favor de su liberalización. Las ganancias netas de la nación (de hecho, de todas las naciones) permiten compensar, en forma de transferencias de los ganadores a los perdedores. Aritméticamente, es posible, en principio, que a fin de cuentas todos salgan ganando. Pero eso no es lo que ocurre en la práctica. Las transferencias y otros mecanismos amortiguadores rara vez bastan para que los perdedores terminen siendo ganadores netos, incluso en los países de Europa occidental que ofrecen generosas redes de protección social. Estados Unidos apenas lo intenta. Entonces, ofrecer más ayuda a los perdedores del comercio internacional tiene sentido por razones de equidad (menor desigualdad) y de economía política (más comercio). Las modalidades varían según el país.

La mundialización ofrece la posibilidad 


De beneficios económicos para todos, pero no hay garantía de que esto se concrete si los gobiernos no toman medidas decisivas que apoyen a quienes sufren efectos colaterales. El consenso político que impulsó la política comercial durante gran parte del período de posguerra se disipará sin un marco de políticas que diversifique los riesgos de la apertura económica, garantice la flexibilidad de los mercados laborales y una fuerza de trabajo educada y dinámica, armonice mejor la demanda y la oferta laboral, mejore el funcionamiento de los mercados financieros y ataque de plano la desigualdad de ingresos. Este marco también es necesario para abordar una serie de cambios económicos, que, al igual que el comercio, pueden perjudicar a algunas personas y exigen un ajuste dentro de la economía. Lo único diferente con el comercio es que genera la idea ilusoria de que los gobiernos pueden cerrarse al resto del mundo si este les crea inconvenientes. Sin embargo, en el siglo 21 la interdependencia no es optativa.

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