domingo, 26 de marzo de 2017

GLOBALIZACIÓN Y DESGLOBALIZACIÓN


La globalización es un concepto que pretende definir la realidad de nuestro planeta como un todo conectado, que se va pareciendo más a una sola sociedad, más allá de fronteras nacionales, diferencias étnicas y religiosas, ideologías políticas y condiciones socio-económicas o culturales. Ésta consiste en la ampliación de la dependencia económica, cultural y política de los países del mundo, la cual es originada por el aumento insólito de la actividad internacional, el comercio mundial de bienes y servicios, el flujo de capitales, así como el avance de los medios de transporte, y el uso de las nuevas tecnológicas de información y comunicación (tecnologías satelitales y especialmente, de la Internet).

En un principio la globalización era solamente considerada en el ámbito de la economía. Debido a que el comercio y mercado capital fue aumentando poco a poco, las economías de las naciones, cada vez estaban más entrelazadas, existía una mayor libertad de los mercados e intercambios de productos. Sin embrago, hoy en día la globalización además de enfocarse en la economía, también lo hace en la innovación tecnológica, el ocio y cambios en la justicia.

La desglobalización en cambio es el proceso de disminución de la interdependencia y la integración entre ciertas unidades en todo el mundo, por lo general en los estados-nación. Es ampliamente utilizado para describir los periodos de la historia económica, cuando el comercio y la inversión entre países disminuyen.

La desglobalización no es un sinónimo de retirarse de la economía mundial. Ella implica un proceso de reestructuración del sistema económico y político mundial para que fortalezca la capacidad de las economías locales y nacionales en lugar de degradarlas.







LAS FUERZAS DE LA DESGLOBALIZACIÓN

El voto a favor del Brexit en el Reino Unido; el ascenso de Donald Trump; el crecimiento de movimientos como Podemos en España; Cinco Estrellas en Italia, y el Frente Nacionalista de Marine Le Pen en Francia tienen un común denominador: ven en el libre comercio y la globalización una de las razones principales del descontento de muchos ciudadanos.

El rechazo a la globalización y la resistencia al libre comercio no es exclusivo de los políticos más radicales, el Partido Demócrata en Estados Unidos, en plena campaña política, también ha expresado su rechazo a nuevos acuerdos comerciales como el Trans-Pacific Partnership (Acuerdo de Asociación Transpacífico —TPP, por su sigla en inglés—), y Hillary Clinton no se caracteriza por ser una gran defensora del libre comercio.

En términos de teoría económica y en la práctica también, el libre comercio y la globalización sin duda han tenido un impacto positivo en el crecimiento económico global y han contribuido a que millones de personas en el mundo emergente dejen la pobreza; no obstante, la globalización también ha dejado damnificados.

A partir de la segunda mitad de la década de los 80, cuando comenzó la más reciente era de apertura económica, la globalización permitió que Estados Unidos y otros países desarrollados se convirtieran en grandes consumidores de bienes y servicios, financiados por un creciente endeudamiento tanto del sector privado como del público. Mientras tanto, los países emergentes se convirtieron en grandes proveedores de estos bienes y servicios.

Expertos como el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, argumentan que la apertura económica y la globalización también trajeron un crecimiento inusitado en la productividad manufacturera, a tal grado que el crecimiento en la oferta de bienes manufacturados empezó a ser superior a la demanda. Esto a su vez provocó una disminución en el empleo manufacturero, desplazando a un número muy importante de trabajadores al sector servicios.

Stiglitz compara esta situación con lo ocurrido a principios del siglo XX, cuando un aumento sin precedentes en la productividad agrícola desplazó a millones de personas del sector rural a los centros urbanos de manufactura, coincidiendo con la Gran Depresión de 1929-1932. Stiglitz considera que el fenómeno del desplazamiento de los empleos manufactureros al sector servicios —donde las remuneraciones suelen ser inferiores— ha tenido como consecuencia otro grave problema: una creciente desigualdad social.

Asimismo, la globalización ha traído consigo un periodo de baja inflación a nivel mundial, incluyendo un estancamiento en los salarios reales en varios países. Para Stiglitz, los beneficios de la globalización han sido principalmente capturados por las clases medias de los países emergentes y por las clases altas de los países desarrollados, mientras que los más afectados han sido aquellos en la parte baja del escalafón de las clases trabajadoras en las economías avanzadas.

Para evitar el peligroso ascenso de movimientos nacionalistas y personajes como Trump, los gobiernos deben buscar mecanismos para asegurar que los beneficios del libre comercio se distribuyan de una manera más equitativa.

Para Stiglitz, los gobiernos de los países desarrollados deben invertir recursos públicos para jugar un papel mucho más activo en el financiamiento de los servicios básicos de la población como la educación y la salud, dejando en un plano secundario la inversión en infraestructura y otros subsidios que tienen un retorno más limitado.


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