AFABILIDAD SEGÚN MYERS
DEFINICIÓN
La afabilidad es
aquella cualidad que consiste en ser de un acceso fácil para sus inferiores y
en escucharlos con benevolencia. Affabilis significa, propiamente hablando, de quien se puede fácilmente hablar.
El sentido de la palabra española está de acuerdo con su etimología.
La
afabilidad no consiste en las exterioridades de una vana política, en la
afectación de una bondad fingida o de una benevolencia mentirosa; sino, como ha dicho Massillon: tiene su origen en la humanidad, es
un sentimiento que nace de la ternura y de la bondad del corazón. La hipocresía, lleva mal la máscara de la afabilidad. Sus
palabras serán dulces, seductoras, doradas pero jamás afables porque no parten
del corazón. La sinceridad en la expresión de la benevolencia,
será, pues, el primer carácter de la afabilidad. Como el hombre afable es
naturalmente bueno, sus rasgos tendrán el sello de una dulzura amable; su
palabra será, a pesar suyo, cariñosa, sus maneras simplemente afectuosas, casi
familiares, sin perder nada de su dignidad. La definición misma de la
afabilidad supone que existe una distancia entre el que acoge y el une es
acogido; esta distancia es precisamente la que el hombre afable se esforzará en
hacer desaparecer. Será mucho menos preocupado de la superioridad de su rango y
del respeto que le es debido que del embarazo de aquel que le habla, y de la
confianza que procurará inspirarle.
MARCO TEÓRICO
Las funciones pensamiento y sentimiento van
a ser las denominadas racionales,
porque su esencia es valorar, juzgar e instigar la decisión de la voluntad en
torno a esos valores. El pensamiento distingue lo verdadero y lo falso, trata
de diferenciar acierto de error. El sentimiento valora bueno y malo, bello y
feo, armonioso y discordante. El pensamiento es aéreo, solar, seco, y tiene
vocación de habitar en mitad de la luz consciente, del yo, íntimamente adherido
a la voluntad. Su mundo es abstracto y marcadamente impersonal. El sentimiento
está más cerca del inconsciente, no está del mismo modo sujeto a la voluntad, a
pesar de su racionalidad; es húmedo,
lunar, más pasivo y opaco que el pensar. Su mundo es marcadamente relacional.
Estadísticamente, el pensamiento rubrica la más alta proporción de caracteres
entre los hombres. El sentimiento hace lo propio entre los caracteres de mujer.
La sensación y la intuición son a-racionales,
porque no valoran ni juzgan, fundamentalmente perciben. La intuición es la
capacidad de mirar a través de los ojos del inconsciente. Da cuenta de procesos
y fenómenos más allá de lo visible y palpable, más allá del aquí y ahora. Se
extiende hacia el futuro con total facilidad. Convoca la "ciencia
infusa". La sensación es la capacidad de percibir a través de los
sentidos, centrada en el estricto aquí y ahora. La intuición está más cerca de
lo racional que la sensación, pues también forman parte de ella todas esas
inferencias que alcanza en nosotros lo inconsciente, más allá de nuestra
voluntad. Esas soluciones que obtenemos precisamente cuando "consultamos
con la almohada" y abandonamos el esfuerzo del pensar dirigido y
consciente, todos esos "eureka" espontáneos, lúcidos y creativos, son
de su responsabilidad. La intuición tiene vocación iluminadora, comprensiva. Se
refiere a lo más general. Es, digamos,Yang.
El mundo de la sensación es lo fisiológico, lo instintivo, lo corporal. Lo
palpable, concreto y terrenal. Se refiere a lo particular. Es Yin.
Ambas convocan a la acción inmediata y refleja a través de la inspiración y el
instinto, respectivamente. La sensación instiga rápidamente según el placer y
el dolor. La intuición atrae, encanta, convence. Proporcionan el empuje a la
conciencia desde aprioris y premisas que están más allá de su
capacidad de valoración dirigida, meditativa y deductiva. Diríamos que más allá
de su ética y de su estética.
La intuición y la sensación tienen un reparto
estadístico "unisex" entre la población. Su prevalencia no distingue
entre hombres y mujeres. Los caracteres orientados a la sensación son mayoría.
De un modo demasiado simple y esquemático,
podemos decir que las funciones a-racionales son nuestra captación de lo real,
visible o invisible. Las funciones racionales son el medio por el que nos
orientamos en esa realidad.
Según cuál de las funciones sea la favorita
de la conciencia, distinguimos cuatro caracteres: los sensitivos o sensoriales,
los intuitivos, los sentimentales y los pensadores. Cada uno de ellos puede
orientarse hacia la extraversión o la introversión, lo que resulta en los ocho
tipos fundamentales que trata Jung en su obra. Sin embargo, no hay que perder
de vista la obviedad de que cada personalidad contiene dentro de sí las cuatro
funciones constituyentes de toda psicología humana completa, y que nunca es el
rasgo de la función principal ni su orientación extravertida o introvertida lo
que nos va a dar por sí solo todas las claves para comprender los pormenores de
un tipo. De entrada, hemos de decir que la conciencia necesita apoyar siempre
su función principal en una secundaria, con la cual forma un binomio
inseparable, pues el proceso cognitivo completo es percibir y valorar, y para
ello necesitamos siempre que una función racional esté acompañada de una
a-racional para que ambas puedan "realizar su trabajo". Así, un
carácter eminentemente sentimental se apoyará bien en la intuición o en la
sensación, una personalidad intuitiva en el pensamiento o el sentimiento, etc.
La dupla función principal-secundaria la podemos metaforizar con la imagen de
nuestras dos manos haciendo conjuntas una labor. Aunque siempre una sea la
"diestra", sin el apoyo de la "siniestra" se muestra
incapaz en alto grado. Esta pareja es la que nos da el conjunto de rasgos
principales de la estructura de la conciencia. La dupla que forman la tercera y
cuarta se adentra en el inconsciente del sujeto, configurando los rasgos de su
Sombra. Sin embargo, la tercera función aún es en parte consciente y, por ello,
aún produce algunos contenidos que le resultan familiares y aprovechables a la
personalidad principal. La cuarta, sin embargo, adopta una postura compensadora
y hasta opositora frente a la conciencia, convirtiéndose decididamente en la
debilidad del sujeto.
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