domingo, 19 de marzo de 2017

LA GLOBALIZACIÓN Y DESGLOBALIZACIÓN

La globalización es un fenómeno biológico y social

No es la consecuencia de una supuesta doctrina neoliberal ni de ninguna otra ideología

La globalización, tal como se conoce en la actualidad, no ha sido la primera en la historia de la biosfera y del hombre, donde hubo y habrá fases de expansión y de apertura, seguidas por fases de contracción, retracción, cierre, separación y aislamiento. El síndrome más común y más inquietante de la globalización es el de los ganadores-perdedores, que se aplica a todas las entidades, desde lo biológico a lo económico y social. En términos económicos y sociales, las brechas entre países y en el interior de cada país no son deseables ni siquiera para los “ganadores”, ya que estas brechas implican un aumento de la inseguridad (nacional y planetaria). Estas brechas debidas a la globalización no son inevitables siempre que no se cometan dos errores fundamentales: el pensamiento único y la pasividad social, ya que la globalización no es la consecuencia de una supuesta doctrina neoliberal, ni de ninguna otra ideología. Por Francesco Di Castri.


La globalización actual, cuya encrucijada para su rápida expansión puede reconocerse en 1989 -en realidad los primeros síntomas son bastante anteriores- se debe principalmente a tres factores algo concomitantes: la caída del muro de Berlín con el fin de la Guerra Fría y la apertura o mayor permeabilidad de las fronteras, la liberalización del comercio internacional por los acuerdos del Uruguay Round del GATT (General Agreement on Tariffs and Trade), y la afirmación y expansión de Internet. Es la “BIG globalization”, por las iniciales de Berlín, Internet y GATT.

En la historia de la biosfera y de la humanidad, hubo y habrá - de esta manera - fases de expansión y de apertura, seguidas por fases de contracción, retracción, cierre, separación y aislamiento.

La expansión, debido al aumento de los contactos, de las comunicaciones y de los transportes, ya ha sido explicada. La retracción, desde lo más antiguo, se observa cuando ocurren situaciones de inseguridad, sobre todo en los transportes, fronteras más rígidas y estrictas frente a la gente y al comercio, y – más recientemente – el advenimiento en el siglo diecinueve de la mayoría de los Estados-Nación, a menudo con proteccionismo económico y censura de estado a la información, hasta las guerras mundiales que caracterizaron el siglo recién pasado.

Incluso los trágicos acontecimientos del 11 de Septiembre de 2001 y el advenimiento del terrorismo internacional han provocado una fase de detención parcial, o por lo menos de nuevos rumbos dictados por la geopolítica y la seguridad más que por la economía y el desarrollo (“la economía del miedo” y no de la confianza) a la globalización en curso.

Incidentalmente, las repercusiones negativas para el desarrollo económico derivadas del atentado del 11 de Septiembre han sido mucho más fuertes y devastadoras en los países del Sur que en aquellos desarrollados, incluyendo los mismos Estados Unidos víctimas directas del atentado.

Bajo todo punto de vista, la globalización es un fenómeno coyuntural, aunque sea muy prolongado. Lo que es, por otra parte, esencialmente estructural en el cambio actual es el advenimiento de la sociedad de la información, aquella de los servicios y de los conocimientos, y de la organización por redes (network society, Castells 1996), después de una larga fase de sociedad agraria y otra mucho más breve de sociedad industrial.

La desglobalización tiene luz verde


“Haga usted mismo el experimento. Entre en un buscador y teclee “guerra comercial”. Verá cómo el número de páginas no ha parado de aumentar en las últimas semanas”, sugiere, desde EE.UU, el profesor del Iese Pankaj Gehmawat, experto en globalización.


En efecto, todo apunta a que la liberalización de los intercambios que ha caracterizado las últimas tres décadas se encuentra en un punto de inflexión. Algunos académicos ya creen que se ha alcanzado el trade peak, el pico del comercio (en analogía con lo que se suele decir de la producción de petróleo). El mundo habría alcanzado su máximo grado de apertura. Y a partir de ahora empezaría a encoger.

Un análisis más atento de los datos revela que la llamada desglobalización no ha empezado con los decretos proteccionistas de Donald Trump, sino por lo menos desde el último lustro.

Según el Banco Mundial, en los años sesenta el comercio representaba, de promedio, el 12% del PIB global. En 2008 este porcentaje llegó casi al 30%. Tras la crisis económica, la globalización comercial ha puesto la marcha atrás. Hoy la cuota ha bajado a poco más del 20%.

El Fondo Monetario Internacional ha calculado una progresión muy significativa: entre 1985 y 1996, los aranceles globales caían a un ritmo del 1% anual. La década siguiente, el ritmo bajó a la mitad. Desde 2008, prácticamente hay un parón.

El mismo destino están sufriendo los tratados de libre comercio: en los años noventa se firmaban unos 30 cada año. Desde 2011 con suerte se llega a la decena. Esto explica el paulatino declive de los intercambios comerciales. Desde 1990 el comercio crecía, de media, el doble que el PIB. Ahora ya no es así. El 2016, con un repunte raquítico del 1,7%, fue el peor año del comercio internacional desde 2007 y por primera vez en 15 años creció menos que la economía global.

Las medidas proteccionistas aumentan y tienen mucho que ver en este proceso. Y mucho antes de que los decretos de Donald Trump de esta semana ocuparan las portadas de los medios. Los países del G20 desde el 2009 introducen cada mes en promedio casi veinte normas que distorsionan el libre comercio. Desde el estallido de la Gran Recesión (cuando Obama ya ocupaba la presidencia en la Casa Blanca), EE.UU. ha confeccionado más de 600 normas proteccionistas del comercio. Dos países emergentes, como Rusia e India, le siguen en el ranking. La reversión de la globalización no sólo se está gestando los países ricos.

Otra señal indicativa de esta contracción global es la que se refiere al volumen de negociación diario de los mercados cambiarios: está en declive desde el 2013, según el Banco de Pagos Internacional. Si se ­suman todos los flujos financieros, incluyendo la inversión extranjera directa, los volúmenes transfronterizos de divisas del 2015 fueron la mitad de lo registrado en el 2007, según la consultora McKinsey.

“En mi libro Mundo 3.0, que se publicó en el 2011 (Deusto), ya advertí que el mundo no era tan plano y ni tan globalizado como la gente creía”, señala Ghemawat. Su punto de partida es que tampoco el proceso de interconexión global se había completado antes. Se había quedado a medio camino. Ahora se convertirá en algo diferente. Un mundo en el que importarán tanto las fronteras, como las distancias. “Las empresas destinarán más atención a los movimiento locales”, sostiene. “Para mí era evidente que desde el punto de vista político, lo que estaba ocurriendo no era sostenible. Por primera vez hay que admitir que la globalización va camino de sufrir una reversión significativa”.

La paradoja es que la era de la globalización, en los grandes números, resulta positiva. Se han reducido las desigualdades entre el Norte y el Sur y entre Oriente y Occidente. Desde 1990 el PIB mundial se ha triplicado. Y los consumidores (que no perdieron el empleo) se han podido beneficiar de la caída de precios de los productos y de una mejora de la calidad debido al aumento de la competencia.

Pero, al mismo tiempo, la economía ha empeorado en el seno de cada nación desarrollada, con el empobrecimiento de la clase media. Por ejemplo, el economista Max Roser ha demostrado que desde 2008 los ingresos reales de los hogares han caído en EE.UU., en el Reino Unido y no han vuelto a subir. Es lo que ha llevado un estudio de McKinsey a alertar de que por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, en los países más ricos los hijos vivirán peor que sus padres.

¿La culpa es del libre comercio? Por ejemplo, se le acusa a la globalización de haber causado un desplazamiento de los empleos hacia los países de bajo coste. “No es que el mundo esté robando puestos de trabajo a los EE.UU., sino que la administración no supo distribuir la riqueza de forma adecuada”, dijo Jack Ma, el máximo ejecutivo de Ali Baba. De hecho, el Center for Business and Economic Research de la Ball State University concluyó el año pasado que el comercio fue el responsable de la pérdida de menos del 13% de los empleos en fábricas de Estados Unidos (desde 1979) . La gran mayoría de las plazas desaparecidas, casi el 88%, fueron víctimas de la automatización.
Stephane Girod es profesor de Negocios Internacionales en el IMD de Suiza y experto en globalización. “En este proceso de liberalización, aunque a nivel agregado el resultado es positivo, hay grupos de perdedores”, reconoce. ¿Quienes? Para Girod, son las víctimas de la automatización. Según el prestigioso economista del MIT, Daron Acemoglu: “No puedes pensar en hacer volver los empleos de la clase media. Muchos de los que se fueron volverán en forma de robot, en lugar de en personas”.
De ahí que muchos se interrogan si poner barreras, muros y aranceles es una buena respuesta. “Trump cree que con el proteccionismo va a proteger a los trabajadores norteamericanos. Está equivocado”, dijo Dany Bahar, del Brookings Institute.
“Dudo de que el proteccionismo sea la respuesta adecuada, –coincide Girod–. Hay sectores que sí es preciso proteger. Uno es la agricultura, por motivos ambientales. Y el otro, la industria cultural, porque hay también un factor social que considerar. La globalización ha afectado a la identidad de las personas. De ahí que se produzca el rechazo a la inmigración. Fuera de estos ámbitos, los gobiernos deberían más bien preocuparse de formar a las personas ante la cuarta revolución industrial que se avecina”.

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